miércoles, 15 de marzo de 2017

PSICOTERAPIA DE LA CONFIANZA EN LA RELACIÓN DE PAREJA

PSICOTERAPIA DE  LA CONFIANZA EN LA RELACIÓN DE PAREJA

Dr. Bismarck Pinto Tapia, Ph.D.
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La
 palabra confianza tiene su origen en el latín confidare, quiere decir conceder la fe, creer en alguien. Es la base de la intimidad en el amor, define la tendencia a escuchar y preocuparnos por el otro además de entregarnos incondicionalmente. La confianza sustenta los aspectos empáticos de la vinculación amorosa. Las personas que se aman, son personas que confían. Es posible definir a la confianza como el recurso que permite el intercambio recíproco, promueve el sacar lo mejor del otro y es señal inequívoca de la funcionalidad conyugal.
La infidelidad es el motivo más común para el deterioro o la ruptura de la confianza, en muchos casos deviene en la separación de la pareja. Cuando la relación continúa a pesar de la infidelidad, es muy difícil la reparación de la confianza. Entre el 22 al 25% de los varones casados y del 11% al 15% de las mujeres han sido en algún momento de su vida matrimonial infieles (Lauman, Gagnon, Michael, y Michaels, 1994), prevalencia coincidente con algunos estudios latinoamericanos (v.g. Giménez, Ballester, Gil, y Edo, 2010). Aunque la prevalencia varía de acuerdo a las culturas, en Tailandia se identifica el 54% de matrimonios con experiencia de infidelidad, en Corea del Sur 34%, Malasia 33%, mientras, en Colombia uno de cada dos personas casadas menciona haber sido infiel (Uriarte, 2016). En un estudio realizado en once países latinoamericanos, encuestando a trece mil personas, se encontró a seis de cada diez personas casadas infieles alguna vez, siendo Colombia el país con más tasa con 60% (Uriarte, ob.cit.).
Los celos se instalan como un conflicto personal ante la real o imaginaria amenaza de infidelidad (Pinto, 2012), por ello también son gestores de la desconfianza en el lazo amoroso. Estos sentimientos se instalan a partir de la comparación hecha entre el sí mismo y los potenciales rivales, ocasionada por el inadecuado autoconcepto.
La construcción de la amenaza estará mediada por dos factores: la representación y la cercanía. La representación hace alusión a las cualidades atribuidas al rival, a mayores cualidades más intensa la sospecha. La cercanía hace referencia al grado de intimidad y proximidad con el tercero, a mayor cercanía, mayor desconfianza (DeSteno, y Salovey, 1996). Las conductas celosas aumentarán cuando la construcción del rival sobresalga en aspectos para los cuales la persona se considera inferior (Dijkstra, y Buunk, 1998).
Los celos se relacionan con el rival temido y no con la relación, la lógica es la siguiente: si existe una persona mejor que yo, es muy probable que mi pareja me deje para estar con esa persona. A partir de ese razonamiento la gente celosa decide controlar a su consorte con el afán de evitar cualquier contacto con el temido rival, enfocándose en el control con la esperanza de evitar el abandono, en lugar de analizarse a sí mismo para encontrar las carencias del sí mismo para comprender la construcción del rival.
Los celos son un comportamiento competitivo, sin rival no existirían. Los celos son la expresión de la envidia, pues quisiéramos ser el ente amenazante para asegurarnos la posesión del “objeto” amado (Chóliz y Gomez, 2002). Los celos son paradójicos, puesto que a mayor intención de retener a la persona amada, más ésta se aleja ante las conductas violentas concomitantes a los sentimientos celosos. En la relación celosa la desconfianza se va instalando despejando al amor para dar lugar a la violencia.
La persona celosa incursiona en un afán inútil de asegurarse la fidelidad del otro. Es infructuosa su búsqueda de evidencias, porque al final de cuentas a perdido la credibilidad en su pareja, sus fracasos denotarán la eficiencia de la capacidad de engaño, y sus hallazgos serán puestos en duda, Encuentre o no encuentre evidencias los celos proliferan más y más, destrozando paulatinamente el amor.
¿Por qué no termina la relación si encontró evidencia? Porque el problema no es la relación con la pareja, sino con el rival. La lucha no es con la pareja es con la imagen del enemigo. La consigna: no le permitiré apropiarse de lo mío.
La persona celada intenta por todos los medios posibles demostrar su inocencia. Al ser acusada de infiel se ha abatido contra la imagen de sí misma, el orgullo está dañado, además, claro de los sentimientos legítimos de amor. La defensa incrementa la desconfianza, porque al explicar es posible la justificación de lo temido. Pero también el silencio otorga culpabilidad. La víctima está atrapada entre la espada y la pared, si explica peca, si calla también. El juego resulta apasionado, los sentimientos son intensos: miedo, rabia y deseo, se entremezclan, se hace muy difícil reconocer lo que está pasando en realidad: un profundo miedo de ser abandonado, de quien cela, del único responsable de los hechos, la víctima simplemente al tratar de salir de la trampa se entrampa más.
El ser necesitado es la base para la búsqueda absoluta de lealtad sexual y afectiva, sin embargo el egoísmo emergente de ello deriva en la desolación del amor. La pareja en vez de amarse ingresa en el ámbito del poder y la violencia. Uno controla, el otro huye.
Además de la infidelidad y los celos, existen tres áreas frecuentes para el deterioro de la confianza: las relaciones con la familia de origen, las amistades y el manejo del dinero.
Cuando uno o ambos miembros de la pareja no se emanciparon ni desvincularon afectivamente de sus familias de origen, es imposible el amor pleno, aún se tienen deudas pendientes. En algunos casos, el hijo o la hija esconden de su pareja su relación con la familia de origen, en los peores, mantienen económicamente a alguien de la familia. Es una especie de infidelidad, existe el engaño y las mentiras para encubrir los tratos (Sabatelli, y Bartle‐Haring, 2003).
A veces la desvinculación de los amigos y amigas suele ser difícil para la pareja de recién casados, algunos mantienen los lazos a escondidas del consorte o se generan disputas debido a la dificultad de separarse de las actividades con ellos (Noack, y Buhl, 2005).
Debido a los cambios en la relación matrimonial, se suscitan más problemas con el manejo del dinero que en las generaciones anteriores. Las mujeres han definido su rol marital de manera simétrica, lo cual puede ser insoportable para los varones (Pinto, 2015). Estas nuevas maneras de interacción marital conllevan dificultades en la administración de la economía, pudiendo derivar en secretos o desavenencias asociadas a las formas de uso del dinero de cada uno de los cónyuges (Pahl, 1980; 1985; Britt, y Huston, 2012).
Definir la confianza depende del contexto donde se la sitúe, en este caso nos interesa el marco referencial de las relaciones interpersonales (Dunning, y Fetchenhauer, 2010). De manera general es la creencia en que el otro cumplirá sus promesas, dice la verdad y cumplirá sus acuerdos (McKnight, Cummings, y Chervany, 1998). También es posible relacionarla con la predicción de premios y castigos provenientes del otro, a mayor confianza, mayor es la predictibilidad de las consecuencias de nuestra conducta en el accionar del otro (McKnight, y  Chervany, 2001). Indudablemente la confianza es un constructo multidimensional, obedece a varias categorías de análisis: disposición, estructura, percepción, intención y comportamiento.
En el nivel de la disposición, la confianza se refiere a la tendencia personal de confiar, es un rasgo de la personalidad, de tal manera que existen personas con mayor tendencia a la confianza y otras con menor (Mooradian, Renzl, y  Matzler, 2006).
En cuanto a la estructura, la confianza se instala dentro de un marco institucional, en cuanto al vínculo romántico, es posible identificar relaciones basadas en la confianza y otras en la desconfianza, el factor determinante es el estilo de apego de sus miembros. El apego seguro predispone a la constitución de espacios relacionales confiables (Simpson, 1990).
La percepción de la confianza tiene que ver con la evaluación de la congruencia entre las creencias sobre el otro y su comportamiento, implica cuatro áreas: competencia, benevolencia, integridad y predictibilidad (Lewicki, y Bunker, 1995).
El desarrollar confianza en el otro es una decisión, por ello existe la intención de crear un lazo confiable o no, la confianza es una respuesta a la vinculación con una persona o institución (Edelenbos, y Klijn, 2007). En el amor podemos asociarla con la decisión del compromiso (Rusbult, 1980; Sternberg, 1986).
La confianza se determina por la evidencia del comportamiento, las personas confiables demostrarán con sus actos la congruencia entre la creencia que tenemos de ella con sus acciones (Johnston, McCutcheon, Stuart, y Kerwood, 2004).
La confianza se relaciona con la esperanza y la lealtad. Con la esperanza porque creemos en las promesas formuladas y la lealtad porque estamos seguros que el otro hará en algún momento lo que hicimos por él (Marková, y Gillespie, 2008)). La confianza se relaciona con el riesgo, la probabilidad de ocurrencia de lo esperado (Seligman, 1992), en ese sentido es posible referirnos a la predictibilidad de la relación porque la confianza permite establecer un alto rango de probabilidad de lo que el otro hará. Esto ocurre dentro de la ecuación: mientras más te conozco más probablemente sé lo que harás.
La confianza se relaciona con el riesgo, a mayor confianza es mayor la probabilidad de libertad de quien confía. Es saberse dentro de un marco de tolerancia, reconocerse aceptado incondicionalmente (Rogers, 1959). La persona en quien confiamos nos reconoce como libres porque es improbable dañarla. La confianza otorga la posibilidad de entrega absoluta al minimizar el peligro de ruptura del lazo afectivo, la persona en quien confiamos tiene más probabilidades que los demás de aceptar nuestros defectos y errores.
La desconfianza podría considerarse como el polo opuesto de la confianza, sin embargo los estudios de la Psicología Social, han concluido que no es así. La desconfianza no es solamente la ausencia de confianza, albergamos sentimientos positivos y negativos hacia los demás, y en concreto hacia nuestra pareja, sabemos qué debemos contarle y qué no, esto sólo es posible si tenemos un referente de confiabilidad y de desconfianza (Wicks, Berman, y Jones, 1999).
Siguiendo ese razonamiento, podemos plantear que la confianza y la desconfianza son factores independientes, existen hechos que aumentan o disminuyen la confianza y por su parte aspectos que aumentan o disminuyen la desconfianza. La confianza es una variable dinámica. Eso lleva a identificar estados temporales equilibrados en las relaciones y la posibilidad de presencia de conflictos, porque coexisten actitudes de confianza y desconfianza (Yáñez, Ahumada, y Cova Solar, 2006).
Entonces podemos identificar cuatro actitudes para separar la confianza de la desconfianza, indicadas en la tabla #1. La alta confianza relacionada con la baja desconfianza definen la actitud ingenua, la persona promueve relaciones donde se entrega plenamente. La segunda actitud es la combinación de la alta confianza con la alta desconfianza, definiendo personas confiadas pero prudentes, calculan su entrega y analiza la vulnerabilidad del otro. La tercera actitud hace referencia a baja confianza y baja desconfianza, estableciendo personas calculadoras y superficiales en sus relaciones. Por último, la cuarta actitud es la combinación entre la baja confianza y la alta desconfianza, identificando personas temerosas, presuponen que lo mejor es atacar cuando se sienten amenazadas.

Tabla #1 Las cuatro actitudes de la confianza y la desconfianza ( A partir de: Lewicki, McAllister, y Bies, 1998, pág. 445)

Baja desconfianza
Falta de temor
Falta de vigilancia
Alta desconfianza
Temor
Cautela y vigilancia
Alta confianza
Esperanza e iniciativa
Actitud 1: confiado, ingenuo
Promueve la interdependencia
Actitud 2: Confiado, prudente.
Corre riesgo pero calculado.
Monitorea la vulnerabilidad
Baja confianza
Falta de esperanza
Falta de iniciativa
duda
Actitud 3: Calculador, superficial.
Cortesía profesional.
Limitada interdependencia.
Actitud 4: Temeroso.
Asume motivos negativos de parte de otros.
Asume que su mejor defensa es el ataque.

Las personas deben ser capaces de equilibrar la confianza con la desconfianza, los estados absolutos son inadecuados, quienes tienen alta confianza sin grados de desconfianza serán ingenuos, manipulables e incautos en sus relaciones; mientras las personas con alta desconfianza sin pizca de confianza serán susceptibles, huraños y agresivos.
La confianza es un factor muy importante en la relación de pareja, le da sentido y valoración al lazo romántico, puede reafirmarse, incrementarse o disiparse. Algunos investigadores sostienen que es imposible restablecerla, la causa es la traición, el engaño y el despojo. (Núñez, Cantó-Milà, y Seebach, 2015, Orlandini, 2015).
Una paciente relataba de esta manera su dolor:
“Todo mi mundo se destrozó, nada tenía sentido, me sentí engañada, como si una espada me hubiera atravesado el corazón…se desmoronó mi alegría, él no era la persona que amé, no podía creer lo que me hizo, nada puede reparar esto, no hay confianza a pesar de la esperanza creo que no hay vuelta atrás…”
Un paciente al descubrir la homosexualidad de su esposa me relataba:
“Podía esperar cualquier cosa, cualquier cosa…pero esto no…y no es que tenga algo en contra de la homosexualidad, ese no es el problema, me indigna que no me haya confiado sus sentimientos, me haya ilusionado con nuestro matrimonio…y ahora no sé cómo manejar esto, no sé si mis hijos lo deban saber…estoy confundido, tengo rabia y pena…se ha roto algo…es la confianza…y sé que nada podrá ser igual, no creo poder confiar de nuevo…”.
A partir de las disquisiciones previas, es importante establecer la actitud hacia la confianza de las personas componentes de la relación romántica, una traición impactará de manera distinta en las temerosas que en las ingenuas. En los primeros se confirmarán sus sospechas y en los segundos se producirá incredulidad. Si recurrimos a las estructuras de personalidad, no será lo mismo en alguien paranoide que en un caso de dependencia.
Indudablemente la reparación de la confianza es consecuencia del perdón, entendido como la posibilidad de seguir amando sin olvidar el acontecimiento doloroso (Pinto, 2012). El proceso de perdón está ceñido a los grados de compromiso. Luchies, Wieselquist, Rusbult, Kumashiro, Eastwick, Coolsen, y Finkel (2013) relacionan la capacidad de perdón con el modelo de Rusbult: el perdón es más posible si se considera la calidad de la elección, el grado de satisfacción y la inversión. Cuando esos tres factores son altos, es mucho más probable el perdón que cuando son bajos. Es como si no valiera la pena echar por la borda todo lo bueno construido hasta el momento de la traición, se sopesa la inversión con el daño.
Sin embargo, el perdón no es el fin es el inicio de la reparación. Es casi imposible dar continuidad a la historia amorosa, se hace indispensable la predisposición de ambos para comenzar una nueva historia. El dilema se centra en decidir si proteger la relación o proteger el sí mismo: o nosotros o yo. Este cuestionamiento es explicado por el modelo de regulación del riesgo (MRR) (Murray, Holmes, Griffin, y Derrick, 2015). Este modelo sustenta la presencia de tres procesos indispensables para la decisión de continuar en el lazo amoroso: justificación de los costos, asegurar la mutua dependencia y adaptarse en vez de vengarse (Murray, y Holmes, 2009).
El MRR explica las interacciones en las relaciones de pareja caracterizadas por dos condiciones: la bilateralidad y la imposibilidad de sustitución. La primera condición se refiere a que cada persona controla los resultados de la otra. La segunda implica la imposibilidad de cumplir el rol del otro, cada uno está obligado a mantenerse atento a las reacciones del otro porque no es posible hacerse cargo de las decisiones ajenas. Lo único posible es relacionarse con lo que el otro hace, siendo imposible la gobernabilidad del otro.
La relación amorosa se ve perjudicada por la rutina de la convivencia durante el matrimonio y el desgaste de la pasión y el cariño. La situación se pone más difícil con el nacimiento de los hijos, las actividades parentales y el cuidado del hogar conllevan a una inevitable reducción del tiempo romántico (Lawson, Crouter, y McHale, 2015). Este inevitable nuevo estilo de vida obliga a tomar decisiones de sacrificio, por compensación de la disonancia gestada, las personas cambian sus afecciones románticas por reproches y el surgimiento de sentimientos negativos. En los peores casos la pareja reconoce la incompatibilidad de intereses y valores en su cónyuge, ello influye en el decremento de la satisfacción y el nivel de compromiso (Arriaga, 2001). Si la pareja no encuentra recursos para equilibrar las nuevas formas de interacción, es posible que en el lapso de una década se promueva la posibilidad de divorciarse (Schoebi, Karney, y Bradbury, 2012).
El proceso por el cual se toma la decisión de continuar o romper la relación según el MRR, se fundamenta en cuatro principios:
Primer principio: los objetivos de cada miembro de la pareja deben evaluarse en función a los intereses personales, cuánto se pierde y cuánto se gana.
Segundo principio: maximizar las ganancias y minimizar las pérdidas cuando se presenta la crisis de intereses, haciéndose necesaria la coordinación de metas personales que cada uno de los miembros de la pareja tiene.
Tercer principio: los procesos psicológicos coordinan la confianza y el compromiso dirigidos a una acción eficiente y flexible. Siendo los consortes interdependientes en diversos dominios, las exigencias de la coordinación mutua podrían excluir algunas metas.
Cuarto principio: la accesibilidad a las reglas de los procederes conjuntos, así podrán coordinar la confianza y el compromiso, ajustándolos para asumir los riesgos y adaptarse a la forma de ser de cada uno de los cónyuges. Como cada miembro de la pareja es una persona con su propia historia la compatibilidad con el otro difiere, por lo tanto cada relación posee diferente perfil de riesgo.
La confianza junto con el compromiso son los dos elementos más importantes para mantener el equilibrio entre los intereses personales y los intereses conyugales, su deterioro determina la disminución de la satisfacción y pone en peligro la integridad del vínculo romántico. Las personas para mantenerse juntas hacen lo posible para incrementar los sentimientos de confianza y tasan permanentemente el cumplimiento de los acuerdos (Murray, Holmes, Griffin, y Derrick, 2015).
Cuando se percibe que el compañero no está cumpliendo con los requisitos de confianza, es frecuente el recurrir a represalias. Según el modelo de Rusbult, la inhibición de la venganza dependerá del nivel de satisfacción, la calidad de la elección y la inversión. Si el nivel es alto es más probable la reducción de tomar represalias (Rusbult, Johnson, y  Morrow 1986). La satisfacción de pareja es insaciable, requiere la continua estimulación de los sentimientos amorosos y de la confianza para mantener estables los niveles de compromiso consiguiendo la conexión romántica, por eso es muy fácil generar el desequilibrio ante cualquier percepción de amenaza a la relación (Murray, Holmes, Griffin, y Derrick, 2015).
Construir una relación de pareja implica indispensablemente arriesgar los intereses personales en pos de la estabilidad amorosa luego de asegurarnos la integridad de nuestras metas personales a pesar de involucrarnos con alguien. Esta apuesta definirá la normatividad de la relación a partir de las continuas evaluaciones del equilibrio entre las amenazas y el bienestar de la relación (Ver figura #1).

Estado del bienestar de la relación

Estado de disminución de amenazas

Política y semántica en psicoterapia sistémica

Política y semántica en psicoterapia sistémica
Por: Dr. Bismarck Pinto, Ph.D.
Analizar
 las acciones del psicoterapeuta durante una sesión sólo fue posible gracias a la inserción del espejo unidireccional. Los pioneros de la terapia familiar pudieron observar la interacción del psicoterapeuta con los pacientes. Las cosas mejoraron con el desarrollo de la tecnología, grabar permitió analizar paso por paso el comportamiento no verbal y el verbal durante las interacciones.
Olga Silverstein (1922-2009) miembro del Ackerman Institute identificó dos niveles de interacción en la relación terapéutica: nivel político y nivel semántico. El primero incide en la estructura y el segundo en la organización del sistema familiar o conyugal. La estructura hace referencia a la forma que adopta el sistema a partir de la distribución de roles y con ellos los grados de poder de sus miembros, mientras que la organización hace alusión a la interacción entre los componentes del sistema para alcanzar las metas pretendidas.
Las preguntas e intervenciones formuladas por el psicoterapeuta pueden circunscribirse a alguno de los dos niveles. No es posible involucrar ambos al mismo tiempo. Es la misma ocurrencia del electrón, lo analizamos como materia o lo hacemos como energía, pero no es posible hacer las dos cosas al mismo tiempo.
El nivel político hace alusión a la distribución del poder en las relaciones de cualquier sistema. El semántico al sentido de la acción, al significado de la función. En la política se producen ganancias para unos y pérdidas para otros, por lo que intervenir en ese nivel obliga a la elaboración de estrategias. Mientras que en lo semántico lo pretendido es clarificar el sentido de las acciones a partir de la valoración significativa de las decisiones.
Desde la primera pregunta formulada por el terapeuta se va sesgando la dirección de la conversación con el paciente. Por ejemplo: Buenas tardes, dígame: ¿qué lo trajo donde mí? Es una pregunta política, puesto que el terapeuta asume una posición dominante, es el paciente quien lo busca, colocando a la persona entre dos entidades, quién o qué lo trae y el terapeuta en sí (ver figura #1)

Figura #1: Estructura política en la pregunta: ¿qué lo trae donde mí?
El proceso implica la suposición del terapeuta de un ente externo motivador de la presencia del paciente en el consultorio, el paciente es derivado por algo o alguien; el algo puede ser el síntoma, el alguien la persona o personas preocupadas con su comportamiento. El paciente formulará su respuesta en el sentido marcado por el terapeuta, podrá decir: “vengo porque mi esposa está preocupada…” o “vengo porque tengo ansiedad”. La persona está triangulada entre su derivación y el terapeuta.
Otro terapeuta puede formular la primera pregunta de otra manera: Buenas tardes, dígame ¿cómo se siente? En este caso el marco de referencia es semántico, la persona deberá reflexionar sobre su estado emocional actual para formular una respuesta, El centro de atención del terapeuta está en el sistema emocional de la persona, le interesa comprender la intensidad emocional, definiendo de esa manera su trabajo como dirigido a los sentimientos (ver Figura#2).
Figura #2: Nivel semántico en la pregunta: ¿Cómo se siente?
En cualquiera de ambos casos, el psicoterapeuta debe tomar conciencia de la dirección que asume con su pregunta y no perderse en el camino. Sigamos con el primer caso, el diálogo coherente puede ser:
Psicoterapeuta (PT): Dígame, ¿qué lo trajo donde mí?
Paciente (P): Pues, vea…mi esposa está preocupada…ella es quien pidió la cita…
PT: Entiendo, ¿a usted la preocupa su relación?
P: Mucho, de un tiempo a esta parte hemos estado peleando mucho, temo perder el control…
PT: ¿Desde cuándo percibe el desequilibrio en su relación de pareja?
P: Desde que nació mi segundo hijo, creo que ahí se produjo la primera crisis
PT: ¿Qué cosas cambiaron?
P: Coincidió con mi ascenso en el trabajo, por lo que dejé de estar en casa, mi esposa me reclama hasta ahora eso…

En el mismo paciente, si se parte de la pregunta semántica, la dirección de la conversación es otra, veamos:

PT: Dígame, ¿cómo se siente?
P: Muy mal, estoy desesperado…
PT: ¿Qué quiere decir?
P: Me siento deprimido, me estoy aislando, y he comenzado a beber más de la cuenta.
PT: ¿Qué trata de apagar con el alcohol?
P: El miedo a romper con mi esposa…la sigo queriendo, pero creo que ella ha dejado de amarme.
PT: ¿Le cuesta estar solo?

En este punto vale la pena recalcar la imposibilidad de hacer una intervención neutra, la interacción con los pacientes de facto implica el establecimiento de una forma de poder, ya sea simétrica o complementaria. Simétrica cuando se coloca al paciente al mismo nivel del terapeuta y complementaria cuando uno de los dos asume una postura superior a la del otro. Según el modelo estructuralista es de suma importancia el dominio del contexto y de la relación por parte del terapeuta.

La primera sesión es definitiva en cuanto a la demarcación de jerarquías. De ahí la importancia del usteo, manera aún importante en el diálogo entre bolivianos a diferencia de lo que acontece en otros países hispano parlantes. El usted entraña respeto, el terapeuta siempre deberá iniciar el vínculo con los pacientes utilizando el usted en las personas de su generación o mayores, mientras tuteará a los jóvenes y niños. Si el paciente adulto lo tutea, el terapeuta deberá ustearlo. Situación distinta con los jóvenes y niños, donde el uso del usted es irrelevante.

El saludo con la familia, debe comenzar con los adultos y luego los menores en orden de edad. Evitar al inicio del contacto besar en la mejilla o abrazar. Con la pareja, se debe saludar de la misma manera a uno y a otro cónyuge, vale la pena en la despedida invertir la despedida, si al inicio primero se saludó al esposo, al final despedirse primero de la esposa. Si bien estos detalles pueden parecer nimios, a veces por dejarlos pasar se puede desequilibrar la relación con el terapeuta.

En la medida que transcurren las sesiones, las jerarquías dentro del contexto terapéutico irán variando de acuerdo a las interacciones. Cuando la persona ha develado cuestiones muy íntimas, ya no viene al caso el usteo y las formalidades iniciales.

Cuando asumimos la dirección política, el cambio se producirá en las relaciones de poder, re estructurando el sistema familiar o el conyugal. Las técnicas se forjarán en medidas estratégicas como en el caso de la prescripción invariable[1] utilizada por la Escuela de Milán en el tratamiento de muchachas anoréxicas. El objetivo de esa intervención es romper de cuajo el poder hegemónico de la hija, se genera un secreto entre los padres y se promueve la independencia de la paciente.

Al elegir el campo semántico, la terapia se dirige hacia la modificación de las perspectivas de los pacientes, se recurre al re encuadre y a la re significación de los síntomas. Por ejemplo cuando se reemplaza el concepto “depresión” por el de “flojera”. También lo vemos en intervenciones con chicas anoréxicas, cuando se expresa que el síntoma ha sido fruto de un sacrificio por el amor a la familia.

Durante la interacción terapéutica se oscila entre un campo y el otro, la destreza del terapeuta consiste en no perderse y reconocer por dónde va dirigiendo sus pasos. Aprenderá a convocar las respuestas de los pacientes hacia el nivel asumido y derivarlos también al otro nivel cuando lo vea necesario, veamos un ejemplo en terapia de pareja:

PT: (al esposo) ¿Podría explicarme cómo usted reacciona cuando Karla se enoja? (político)
P1: Me siento furioso, es que ella lo único que sabe es protestar e insultarme (semántico)
PT: (al esposo) Lo entiendo, sin embargo quiero saber cómo usted reacciona cuando ella protesta e insulta (político)
P1: me quedo callado (político)
P2: eso me irrita mucho, me enojo peor (semántico)
PT: (a la esposa) ¿y cuando él se calla, qué hace usted? (político)

Este otro ejemplo direccionando hacia lo semántico

P1: Mi esposo cuando calla me hace sentir rechazada (semántico)
PT: (al esposo) ¿Qué entiende usted cuando ella manifiesta sentirse rechazada? (semántico)
P2: Ella es siempre así, me manipula todo el tiempo… (político)
PT: Entiendo, es cómo usted la percibe, sin embargo me interesa saber, el significado que usted le da a la sensación de rechazo de su esposa (semántico)
P2: Como le digo es la posición en la que ella siempre me pone (político)
PT: Y cuando usted está en esa posición, cómo siente la situación de rechazo de ella (semántico)
P2: ¡Horrible!, no es mi intención…pero ella parece aislarse…eso me hace sentir mucha ira (semántico)

Es plausible un estilo terapéutico centrado en la política y otro en la semántica. En la historia de la psicoterapia familiar, identificamos a la escuela estructuralista de Salvador Minuchin como política y a la terapia existencialista de Satir y la de Whitaker como semántica.

Si se revisan las tendencias psicoterapéuticas antes del advenimiento del enfoque sistémico, todas ellas se han centrado en los aspectos semánticos, ya sea en afanes hermenéuticos como las escuelas psicoanalíticas o focalizadas en la interpretación como las cognitivas. El aporte más importante de la psicoterapia sistémica ha sido el énfasis puesto en las relaciones y en los juegos, proponiendo de esa manera la comprensión de los fenómenos psicopatológicos desde la política familiar.

Pues bien, el riesgo que el enfoque sistémico corre con la avalancha de las terapias posmodernas, y su énfasis en el discurso, es perder la esencia misma de nuestro aporte y volver a concentrarnos en los significados, la consecuencia puede ser fatal para los pacientes, no solamente nos olvidamos de las relaciones dentro de los sistemas sociales, sino podemos caer en el solipsismo al plantear que todo se construye y por tanto el referente de la realidad es la persona independientemente a su contexto. Si se adopta esa premisa perdemos el criterio ético, puesto que todo vale y todo se justifica en un absurdo relativismo absoluto, contradiciendo a la propia relatividad.



[1] Consiste en decirles a los padres de la hija con anorexia: Guarden un secreto absoluto sobre todo lo que se ha dicho durante la sesión. Si sus hijas les hicieran preguntas, respondan que la terapeuta ha prescrito que todo se mantenga en reserva entre ustedes y ella. Un par de veces como mínimo, durante el intervalo que preceda a la sesión siguiente, desaparezcan de su casa antes de cenar, sin aviso previo, dejando solo una nota con las siguientes palabras: “Esta noche no estaremos”. Vayan a lugares donde presuman que nadie los conoce. Cuando, a su regreso, sus hijas les pregunten adónde diablos se habían fugado, les contestarán sonriendo: “Son cosas nuestras”. Por último, en una hoja que conservarán bien oculta, cada uno de ustedes, por separado, anotará las reacciones de cada una de sus hijas ante su extraña conducta. En la próxima cita, que será también sólo para ustedes dos, nos leerán sus apuntes.