miércoles, 15 de marzo de 2017

PSICOTERAPIA Y DISFUNCIONALIDAD FAMILIAR

PSICOTERAPIA Y DISFUNCIONALIDAD FAMILIAR
Por: Lic. Esp. Shirley Inchauste García
INTRODUCCIÓN
     El presente ensayo analiza la aplicación de la psicoterapia familiar desde el modelo propuesto por Virginia Satir. El planteamiento de la autora especializada en terapia familiar, se relaciona con la disfuncionalidad en una pareja y/o en una familia. De acuerdo a su experiencia dentro de la psicoterapia nos explica cómo podemos determinar como terapeutas si una familia o pareja es disfuncional.
     Baja autoestimación, comunicación verbal, no verbal, contradicciones, doble vínculo y el triángulo familiar son algunos aspectos que considera la autora, aplicando la psicoterapia familiar en el análisis del funcionamiento de la familia.
     Virginia Satir se refiere también a las técnicas, procedimientos y estrategias a ser utilizadas para el desarrollo de una adecuada psicoterapia familiar. Haciendo uso de ejemplos prácticos para hacer una demostración real de su teoría.
     Según Satir (1983), el sistema familiar es el principal contexto de aprendizaje para la conducta, los pensamientos y los sentimientos del individuo. De esa forma la psicoterapia familiar surge a raíz de que los terapeutas descubrieran que, al tratar de cambiar la forma de funcionar de un miembro de la familia, en realidad estaban tratando de cambiar la forma de funcionar de toda la familia.
     La homeostasis familiar, se da cuando todos los miembros de la familia procuran obtener un equilibrio en las relaciones. Siempre la relación conyugal influirá en el carácter de la homeostasis familiar, tomando en cuenta que la relación conyugal es el eje principal de todas las relaciones familiares. Es un proceso a través del cual la familia equilibra las fuerzas que existen dentro de sí misma para lograr unidad y orden funcional (Satir, ob cit).
     La teoría familiar postula que las fuerzas exteriores son importantes principalmente porque afectan a los padres, ya que son ellos los que enseñan por medio de palabras y actos el significado principal que las fuerzas exteriores tendrán para la familia. Si los padres, como pareja están desilusionados el uno del otro y por ello se sienten molestos, confusos, vacíos y desesperanzados, cualquier tensión externa tendrá un impacto mucho mayor (ob cit).
     Si los conyugues como individuos, no integraron lo que aprendieron en sus propias familias, sentirán que es especialmente difícil lograr una integración marital que les permita dar mensajes claros y consistentes a sus hijos. También distorsionaran o malinterpretaran la influencia exterior con la finalidad de mantener su autoestimación tambaleante (ob cit).   
     En ese sentido los padres con autoestimación baja y considerando cada uno al otro como una extensión de sí mismo, fallan en dar al compañero lo que éste esperaba y no logran tampoco recibir de él lo que pretendían. Esto aumenta su sentimiento de baja autoestimación, desilusionándose y decepcionándose ambos (ob cit).
     Es así que en muchos casos consideran al hijo como vehículo para mantener su propia estimación como personas y más específicamente como padres, para ello desean que el niño quiera lo que ellos querían cuando eran jóvenes, si el hijo no quiere las mismas cosas se decepcionan. Desean que el niño piense como ellos. Consideran que hay que darle todo para compensar las privaciones que ellos sufrieron y si el niño no se muestra agradecido, se decepcionan (ob cit).
     Surgen dificultades cuando un cónyuge enfrenta los deseos del otro y el niño se encuentra atrapado entre exigencias conflictivas, entonces puede suceder que cada padre vea al niño como un posible aliado contra el otro cónyuge, o como mensajero o eventual apaciguador del otro conyugue. De esa forma, el deseo que cada progenitor tiene de que el hijo sea una extensión de sí mismo, se ve amenazado por los deseos del otro progenitor y comienzan ambos padres a querer colocarlo de su lado en contra del otro. Ambos padres pelean entre sí para obtener un lugar de preferencia ante el niño, dando lugar a la triangulación del mismo (ob cit).
     El padre del mismo sexo que el niño lo verá como a un ser  que potencialmente le pertenece más. El padre del sexo distinto al del niño lo verá como a un ser que potencialmente se convertirá en alguien igual al conyugue y temerá que el hijo se vuelva contra él. Esto provocará que dicho padre trabaje más intensamente para atraer al niño a su lado e intente compensar con el hijo las deficiencias en la relación conyugal (ob cit).
     Es así que el hijo se vuelve un peón en la guerra de los sexos de sus padres, viéndolo el padre del sexo igual al del niño como un competidor potencial. Esto se da especialmente en familias disfuncionales porque ambos conyugues ya se sentían inseguros acerca de su propia valía ante los ojos del otro, por lo tanto ya tenían miedo de ser excluidos. A un niño le afecta mucho cuando uno de sus padres lo menosprecia o menosprecia al otro progenitor, o le pide que se alíe a él en contra del otro padre (ob cit).
     Satir (1983), se refiere al paciente identificado o PI, como el hijo que manifiesta en síntomas la disfuncionalidad de la relación conyugal de los padres y cumple una función familiar e individual. Es quien trata de cambiar la forma de actuar de todos, por lo tanto cuando se le instaba a que aumentara sus esfuerzos por el cambio, solo se lograba que recibiera críticas más intensas de toda la familia, lo que hacía que se sintiera más angustiado y menos capaz.
     El PI internaliza los conflictos conyugales, lo que le dificulta en lo posterior mantener relaciones hombre-mujer satisfactorias. Continúa repitiendo esas conductas disfuncionales que vio en sus padres hasta mucho después de su emancipación e incluso muerte de sus padres. Asimismo, su etiqueta de “malo”, “diferente” o “enfermo”, solo refuerza su creencia de que él no vale la pena, por lo tanto, siente baja autoestimación (Satir, ob cit).
     El lugar numérico que el hijo ocupe en la familia puede estimular conflictos en los conyugues. Quizás el hijo mayor se convierta en el PI simplemente porque fue el que llegó primero y como tal es la primera alternativa que tienen los cónyuges una vez que aparece el desencanto conyugal (ob cit).
     Un niño aprende acerca de la gente y sí mismo al interactuar con su familia y al observarla interactuar, por lo tanto, cualquier familiar que tiene un PI se lo cataloga de disfuncional. Si un miembro de la familia padece un dolor que se manifiesta en síntomas, todos los miembros, en cierto grado reaccionarán ante este dolor (ob cit).    
     Satir (1983), a través de ejemplos sacados de sesiones de terapia, muestra cómo influye la baja autoestimación en la elección del compañero o compañera. Una persona con baja autoestimacion tiene una gran sensación de ansiedad e inseguridad acerca de ella misma. Posee grandes esperanzas acerca de lo que los demás pueden darle, pero también grandes temores, por lo que su relación conyugal, en muchos casos, duplicara o será opuesta a la relación que cada uno vio entre sus propios padres.
     Las diferencias individuales y desacuerdos que se dan a nivel de relación conyugal están referidos a que en un inicio ninguno de los conyugues se dio cuenta que debía dar al mismo tiempo que recibía. El dar lo hacía con mucho sacrificio porque ninguno de los dos en realidad esperaba recibir del otro. El desacuerdo les recuerda a ambos conyugues que el otro no es una extensión del propio yo sino un ser aparte (Satir, ob cit).
     La relación conyugal afecta los cuidados parentales. Cuando los padres están cercanos emocionalmente, más atentos el uno del otro de lo que cualquiera de los dos pudiera estar con el paciente, éste mejora. Cuando cualquiera de los dos padres se ocupa emocionalmente más del paciente que del cónyuge, el paciente inmediatamente muestra regresión (ob cit).
     Respecto a la conyugalidad Satir (1983), denota que hay una diferencia marcada en una pareja con buena autoestimacion y una con pobre autoestimacion. En una pareja con buena autoestimacion, cada uno puede confiar en el otro, no ocurriendo así con la de pobre autoestimacion.
     Otra diferencia es que cuando hay buena autoestimacion en los cónyuges, cada uno ve las diferencias del otro como una oportunidad para crecer, en cambio cuando hay pobre autoestimacion, cada diferencia la ven como un problema en el otro. Una pareja con pobre autoestimacion necesita aprender a afirmar sus propios pensamientos, deseos, sentimientos y conocimientos sin destruir, invadir u obstruir al otro; con el fin de buscar juntos un resultado adecuado para cada situación (Satir, ob cit).
     Cuando hay pobre autoestima cada uno trata de encubrir su desilusión, trata de ganarse, proteger o dar el gusto al otro porque lo necesita para sobrevivir y hagan lo que hagan, se sienten desilusionados, atormentados y defraudados. Mientras más encubierta e indirectamente se comuniquen dos personas, más probable es que sean disfuncionales (ob cit).
     Satir (1983), se refiere a la comunicación indicando que existe muchas veces un mensaje de doble nivel que por sí mismo no produce conducta sintomática pero bajo ciertas condiciones, en especial cuando se involucran los niños, si puede producirlo. A este tipo de mensaje contradictorio lo denomina “doble vínculo”.
     Para el niño que no sepa rechazar o aclarar dichos mensajes existe una amenaza vital ya que en la dependencia de sus padres si obedece a uno, desobedece al otro, por lo tanto, de manera continua provoca el rechazo de sus padres. Debido a que el conflicto de los mensajes está escondido y el niño no ha aprendido a verlo como el origen de su perturbación, se vuelve la culpa contra sí mismo ya que no puede hacer algo que contente a los dos padres. Como último recurso llega a responder él mismo en forma encubierta utilizando el lenguaje de la protesta disfrazada que la sociedad denomina conducta “loca” o “enferma” (Satir, ob cit).
     Es así que se forma “el niño problema”, que se verá frustrado porque en ningún momento podrá hacer lo correcto ni tener éxito porque los padres le piden conductas contradictorias de forma tal que no puede lograr sus objetivos. Si el niño se perturba demasiado puede producir un síntoma que la familia no pueda esconder ni incorporarlo dentro del funcionamiento familiar (ob cit).
     Entonces lo que hace la familia es premiar en forma encubierta la conducta perturbadora lo suficiente para compensar la desaprobación oficial que el niño consigue comportándose así. Para ello, pueden no cumplir las amenazas, retardar el castigo, mostrarse indiferentes al síntoma o aceptarlo, asimismo, ofrecerle recompensas secundarias por el síntoma mismo (ob cit)
     De esa forma el PI expresa en actos el principal conflicto que existe dentro de los padres y entre los padres. Por lo tanto, cuando el hijo adopta las características que los padres han inducido y temen en ellos mismos y en el conyugue, el niño se vuelve el objeto de la angustia parental y hace que las expectativas temidas se vuelvan realidad. Es de esa manera que oficialmente responde como PI, es decir, como alguien diferente, delincuente o enfermo. Los que lo rodean le prestan especial cuidado y ayuda como si el problema se centrara principalmente en él (ob cit).
     Esta forma de actuar contribuye a mantener el sistema y su homeostasis. La atención disfuncional de los padres aumenta ya que se sienten inadecuados y temen las críticas y las acusaciones. Es cuando la comunidad responde con simpatía hacia los padres y esto solo corrobora la creencia parental de que hay que preocuparse mucho por el PI (ob cit).
    Cuando el dedo acusador se dirige hacia los progenitores, la homeostasis familiar empieza a desintegrarse y es cuando ya no vale la pena acusar al muchacho, es cuando se lanza acusaciones contra los padres como si se tuviera que culpar al alguien por fuerza liberando al otro de toda responsabilidad (ob cit).
     Así el PI convierte a sus padres en víctimas, les exige atención extra o ganancias secundarias por medio de berrinches, periodos de aislamiento, huidas del hogar, episodios psicóticos, etc. Esto proporciona al PI ser el foco de la preocupación parental, eximiéndolo de asumir responsabilidades y la necesidad de enfrentarse a la realidad pero acentúa el conflicto entre los esposos proyectando sobre el otro la responsabilidad del síntoma del hijo (ob cit).
     El PI no alivia el dolor de sus padres, simplemente desvía la expresión de dichos sentimientos hacia él mismo, permitiéndole los padres creer que sí puede aliviar su dolor y que él es esencial en la relación de los esposos debido a esto el PI sufre una carga de otra idea falsa de ser omnipotente (ob cit).
     Respecto a la comunicación Satir (1983), indica que una persona se comunica simultáneamente a través de sus ademanes, su expresión facial, su postura, sus movimientos corporales, su tono de voz e inclusive por la manera que está vestida. Por lo tanto, es imposible no comunicarse, aunque estemos en silencio se comunica algo, en ese sentido, los síntomas son una manera de comunicación no verbal. Asimismo, es importante observar si la comunicación verbal que transmite la persona es congruente o incongruente con su expresión no verbal.
    Satir (1983), considera que la enfermedad se deriva de métodos inadecuados para comunicarse, referida a toda conducta interaccional y la psicoterapia es un intento de mejorar dichos métodos de comunicación. También considera que todo individuo aspira a la supervivencia, crecimiento y cercanía con otros y toda conducta expresa esos objetivos, por muy distorsionada que parezca.
     Satir (ob cit), indica que la conducta que la sociedad llama loca, estúpida, mala o enferma, es en realidad un intento que la persona afligida hace para enviar señales de que existe dificultad y es una manera de pedir ayuda. El pensamiento y sentimiento están ligados entre sí y por ello un ser humano puede aprender lo que no sabe y cambiar sus formas inadecuadas de comentar y entender.
     Por ello el papel del terapeuta es de ser una persona con recursos y observador con experiencia, permaneciendo al mismo tiempo fuera de la situación y de la lucha por el poder. Ve las interacciones, observa a los individuos involucrados, por lo tanto tiene un punto de vista que no tienen los demás, es imparcial acerca de lo que ve y escucha y sobre todo puede informar acerca de lo que la familia misma no puede ver ni informar de sí misma (ob cit).
     De acuerdo con la autora, se debe considerar que a las familias y parejas hay que verlas como sistemas con dinámica propia que además no es estática sino cambiante con adaptaciones y disfunciones. Son entidades vivas formadas por individuos que también cuenta con su propia complejidad. Al entrar dos individuos en un vínculo que llamamos pareja forma sus propias reglas, acciones y distorsiones en la comunicación. Se establecen diversos tipos de relaciones y transacciones que por momentos se tornan confusos que hasta  los propios miembros tanto de la pareja como de la familia no logran identificar.
     Por ello, la psicoterapia familiar a través de la observación del terapeuta permite que pueda ver cuáles son las reglas de la familia y cuan consistentes son, esto se reconoce al notar cuales son las actividades que la familia promueve, permite, obstaculiza o prohíbe. De esa manera el terapeuta se convierte en el observador experimentado que luego podrá intervenir para que esta familia logre una nueva  homeostasis o equilibrio dinámico para llegar a interacciones más sanas y equilibradas.
     El terapeuta los ayuda a liberarse lo suficiente para ver al niño tal  como es. Aparecen entonces satisfacciones tanto para los padres como para el niño ya que los hijos en forma desesperada desean dar gusto a sus padres y los padres también quieren hacer el bien a sus hijos.
     El niño necesita tener un buen concepto de sí mismo en dos áreas: como una persona hábil que puede valerse por sí misma y como una persona sexual. La valoración puede implicar crítica y enseñanza al niño de que no es el centro del mundo ni de sus padres, debe aprender a amoldarse a los requerimientos de la vida familiar, a equilibrar sus propias necesidades con las de los demás y adaptarse a las exigencias de la cultura.
     La valoración es más efectiva cuando se la expresa de forma natural. Ver las capacidades del niño, ayudarle a que exprese dichas capacidades y mostrarle aprobación o desaprobación fundamentada. En este aspecto el terapeuta debe estar alerta para observar la forma en que ambos padres validan cada una de las capacidades de su hijo.
     Un niño desarrollará estimación con su propio sexo como persona sexual, sólo si ambos padres validan la sexualidad del hijo. Para ello es necesario que se identifique con su propio sexo y esa misma identificación debe incluir la aceptación del otro sexo. La identificación sexual es el resultado de un sistema de aprendizaje en el que intervienen tres personas: los padres que validan la sexualidad del hijo a través de tratarlo como una persona sexual pero lo validan principalmente cuando sirven como modelos de una relación funcional y satisfactoria entre un hombre y una mujer.
     Por todo lo expuesto, se puede ver que la labor del terapeuta no es fácil, ya que primero tiene que despojarse de su dolor para recibir el dolor de la familia. Ocuparse de que cada miembro vaya haciéndose responsable de ese dolor y dejen de ser espectadores del PI.
     Para ello el terapeuta debe ser un experto observador y luego devolverles lo que vio en forma de palabras para que puedan reconocer lo que no están haciendo bien y en ese sentido ser un promotor del cambio en esta familia. El terapeuta creará su propio estilo de hacer terapia utilizando las técnicas más adecuadas.
     Considero importante tomar en cuenta que dentro de la terapia debemos encontrar un estilo informal y amistoso ya que eso ayuda a crear un clima propicio de esperanza y buena voluntad, así como también, ayuda a bajar el nivel de ansiedad con que llega el paciente.
     Asimismo, no escatimar en hacer preguntas, aunque parezcan repetitivas o simples, ya que son parte central del proceso terapéutico. El hacer muchas preguntas y repetirlas con cada persona de la familia, es para dar a todos los presentes una perspectiva nueva que quizá les amplíe su percepción acerca de la forma en que habla, ve o vio las cosas.
     Conocer el punto de vista de todos los miembros de la familia es muy valioso ya que así se le da a cada uno la importancia que se merece. De esa forma se conoce más a la familia y se quita el foco de atención hacia el paciente identificado, así cada miembro tiene la oportunidad de identificar por sí mismo cual es el área problemática. Algo no menos trascendental es que para que disminuya el miedo de ser acusados, el terapeuta denote perplejidad y buenas intenciones.
     Los miembros de la familia inician la psicoterapia con gran desesperanza, la estructura que el terapeuta da a las sesiones ayuda a estimular la esperanza. Esto lo puede hacer al inicio de la terapia, preguntando acerca de cómo se conoció la pareja, ya que ello hace que recuerden momentos felices y a su vez piensen que pueden volver a serlo, esto tiene una especie de efecto dominó, porque se les pregunta a los hijos si sabían esto, con la finalidad de que se enteren de que en algún momento de su vida sus padres fueron felices y pueden volver a serlo. 
     Asimismo, aprendí de la autora que investigar la cronología  de la vida familiar es una manera efectiva  y no amenazadora de desviar la atención del miembro “enfermo” o “malo” a la relación conyugal y de esa forma también se obtiene los primeros indicios respecto a cuan disfuncional es la relación conyugal. En ese sentido es útil desenredar el pasado para corregir las distorsiones del presente.
     Hablar en general de la familia impide que un miembro específico se sienta responsable de la infelicidad de la familia, además acentuar la idea de que la felicidad es el objetivo de la psicoterapia, esto hace que el miedo disminuya y aumente la esperanza.
     Por último, el terapeuta sirve de modelo a través de la forma en que verifica la información, corrige las técnicas de comunicación, hace preguntas y estimula respuestas que le permiten iniciar el tan necesario proceso de cambio.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Satir, V (1983). Psicoterapia Familiar Conjunta. México: Talleres Gráficos Victoria


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