PSICOTERAPIA DE LA CONFIANZA EN LA RELACIÓN DE PAREJA
Dr. Bismarck Pinto Tapia, Ph.D.

La
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palabra confianza tiene su origen en el latín confidare, quiere decir conceder la fe,
creer en alguien. Es la base de la intimidad en el amor, define la tendencia a
escuchar y preocuparnos por el otro además de entregarnos incondicionalmente.
La confianza sustenta los aspectos empáticos de la vinculación amorosa. Las
personas que se aman, son personas que confían. Es posible definir a la
confianza como el recurso que permite el intercambio recíproco, promueve el
sacar lo mejor del otro y es señal inequívoca de la funcionalidad conyugal.
La infidelidad es el
motivo más común para el deterioro o la ruptura de la confianza, en muchos
casos deviene en la separación de la pareja. Cuando la relación continúa a
pesar de la infidelidad, es muy difícil la reparación de la confianza. Entre el
22 al 25% de los varones casados y del 11% al 15% de las mujeres han sido en
algún momento de su vida matrimonial infieles (Lauman, Gagnon, Michael, y
Michaels, 1994), prevalencia coincidente con algunos estudios latinoamericanos
(v.g. Giménez, Ballester, Gil, y Edo, 2010). Aunque la prevalencia varía de
acuerdo a las culturas, en Tailandia se identifica el 54% de matrimonios con
experiencia de infidelidad, en Corea del Sur 34%, Malasia 33%, mientras, en
Colombia uno de cada dos personas casadas menciona haber sido infiel (Uriarte,
2016). En un estudio realizado en once países latinoamericanos, encuestando a
trece mil personas, se encontró a seis de cada diez personas casadas infieles
alguna vez, siendo Colombia el país con más tasa con 60% (Uriarte, ob.cit.).
Los celos se instalan
como un conflicto personal ante la real o imaginaria amenaza de infidelidad
(Pinto, 2012), por ello también son gestores de la desconfianza en el lazo
amoroso. Estos sentimientos se instalan a partir de la comparación hecha entre
el sí mismo y los potenciales rivales, ocasionada por el inadecuado
autoconcepto.
La construcción de la
amenaza estará mediada por dos factores: la representación y la cercanía. La
representación hace alusión a las cualidades atribuidas al rival, a mayores
cualidades más intensa la sospecha. La cercanía hace referencia al grado de
intimidad y proximidad con el tercero, a mayor cercanía, mayor desconfianza (DeSteno,
y Salovey, 1996). Las conductas celosas aumentarán cuando la construcción del
rival sobresalga en aspectos para los cuales la persona se considera inferior (Dijkstra,
y Buunk, 1998).
Los celos se relacionan con el
rival temido y no con la relación, la lógica es la siguiente: si existe una persona mejor que yo, es muy
probable que mi pareja me deje para estar con esa persona. A partir de ese
razonamiento la gente celosa decide controlar a su consorte con el afán de
evitar cualquier contacto con el temido rival, enfocándose en el control con la
esperanza de evitar el abandono, en lugar de analizarse a sí mismo para
encontrar las carencias del sí mismo para comprender la construcción del rival.
Los celos son un comportamiento
competitivo, sin rival no existirían. Los celos son la expresión de la envidia,
pues quisiéramos ser el ente amenazante para asegurarnos la posesión del “objeto”
amado (Chóliz y Gomez, 2002). Los celos son paradójicos, puesto que a mayor
intención de retener a la persona amada, más ésta se aleja ante las conductas
violentas concomitantes a los sentimientos celosos. En la relación celosa la
desconfianza se va instalando despejando al amor para dar lugar a la violencia.
La persona celosa incursiona en
un afán inútil de asegurarse la fidelidad del otro. Es infructuosa su búsqueda
de evidencias, porque al final de cuentas a perdido la credibilidad en su
pareja, sus fracasos denotarán la eficiencia de la capacidad de engaño, y sus
hallazgos serán puestos en duda, Encuentre o no encuentre evidencias los celos
proliferan más y más, destrozando paulatinamente el amor.
¿Por qué no termina la relación
si encontró evidencia? Porque el problema no es la relación con la pareja, sino
con el rival. La lucha no es con la pareja es con la imagen del enemigo. La
consigna: no le permitiré apropiarse de
lo mío.
La persona celada intenta por
todos los medios posibles demostrar su inocencia. Al ser acusada de infiel se
ha abatido contra la imagen de sí misma, el orgullo está dañado, además, claro
de los sentimientos legítimos de amor. La defensa incrementa la desconfianza,
porque al explicar es posible la justificación de lo temido. Pero también el
silencio otorga culpabilidad. La víctima está atrapada entre la espada y la
pared, si explica peca, si calla también. El juego resulta apasionado, los
sentimientos son intensos: miedo, rabia y deseo, se entremezclan, se hace muy
difícil reconocer lo que está pasando en realidad: un profundo miedo de ser
abandonado, de quien cela, del único responsable de los hechos, la víctima
simplemente al tratar de salir de la trampa se entrampa más.
El ser necesitado es la base para
la búsqueda absoluta de lealtad sexual y afectiva, sin embargo el egoísmo
emergente de ello deriva en la desolación del amor. La pareja en vez de amarse
ingresa en el ámbito del poder y la violencia. Uno controla, el otro huye.
Además de la infidelidad y los
celos, existen tres áreas frecuentes para el deterioro de la confianza: las
relaciones con la familia de origen, las amistades y el manejo del dinero.
Cuando uno o ambos miembros de la
pareja no se emanciparon ni desvincularon afectivamente de sus familias de
origen, es imposible el amor pleno, aún se tienen deudas pendientes. En algunos
casos, el hijo o la hija esconden de su pareja su relación con la familia de
origen, en los peores, mantienen económicamente a alguien de la familia. Es una
especie de infidelidad, existe el engaño y las mentiras para encubrir los
tratos (Sabatelli, y Bartle‐Haring, 2003).
A veces la desvinculación de los
amigos y amigas suele ser difícil para la pareja de recién casados, algunos
mantienen los lazos a escondidas del consorte o se generan disputas debido a la
dificultad de separarse de las actividades con ellos (Noack, y Buhl, 2005).
Debido a los cambios en la
relación matrimonial, se suscitan más problemas con el manejo del dinero que en
las generaciones anteriores. Las mujeres han definido su rol marital de manera
simétrica, lo cual puede ser insoportable para los varones (Pinto, 2015). Estas
nuevas maneras de interacción marital conllevan dificultades en la
administración de la economía, pudiendo derivar en secretos o desavenencias asociadas
a las formas de uso del dinero de cada uno de los cónyuges (Pahl, 1980; 1985; Britt,
y Huston, 2012).
Definir la confianza depende del contexto donde se la sitúe, en este caso nos
interesa el marco referencial de las relaciones interpersonales (Dunning, y
Fetchenhauer, 2010). De manera general es la creencia en que el otro cumplirá
sus promesas, dice la verdad y cumplirá sus acuerdos (McKnight, Cummings, y Chervany,
1998). También es posible relacionarla con la predicción de premios y castigos
provenientes del otro, a mayor confianza, mayor es la predictibilidad de las
consecuencias de nuestra conducta en el accionar del otro (McKnight, y Chervany, 2001). Indudablemente la confianza
es un constructo multidimensional, obedece a varias categorías de análisis:
disposición, estructura, percepción, intención y comportamiento.
En el nivel de la disposición, la confianza se refiere a
la tendencia personal de confiar, es un rasgo de la personalidad, de tal manera
que existen personas con mayor tendencia a la confianza y otras con menor (Mooradian,
Renzl, y Matzler, 2006).
En cuanto a la estructura, la confianza se instala
dentro de un marco institucional, en cuanto al vínculo romántico, es posible
identificar relaciones basadas en la confianza y otras en la desconfianza, el
factor determinante es el estilo de apego de sus miembros. El apego seguro
predispone a la constitución de espacios relacionales confiables (Simpson,
1990).
La percepción de la confianza tiene que ver con la evaluación de la
congruencia entre las creencias sobre el otro y su comportamiento, implica
cuatro áreas: competencia, benevolencia, integridad y predictibilidad (Lewicki,
y Bunker, 1995).
El desarrollar confianza en el
otro es una decisión, por ello existe la intención
de crear un lazo confiable o no, la confianza es una respuesta a la vinculación
con una persona o institución (Edelenbos, y Klijn, 2007). En el amor podemos
asociarla con la decisión del compromiso (Rusbult, 1980; Sternberg, 1986).
La confianza se determina por la evidencia del comportamiento, las personas confiables demostrarán con sus actos
la congruencia entre la creencia que tenemos de ella con sus acciones (Johnston,
McCutcheon, Stuart, y Kerwood, 2004).
La confianza se relaciona con la
esperanza y la lealtad. Con la esperanza porque creemos en las promesas
formuladas y la lealtad porque estamos seguros que el otro hará en algún
momento lo que hicimos por él (Marková, y Gillespie, 2008)). La confianza se
relaciona con el riesgo, la probabilidad de ocurrencia de lo esperado (Seligman,
1992), en ese sentido es posible referirnos a la predictibilidad de la relación
porque la confianza permite establecer un alto rango de probabilidad de lo que
el otro hará. Esto ocurre dentro de la ecuación: mientras más te conozco más probablemente sé lo que harás.
La confianza se relaciona con el
riesgo, a mayor confianza es mayor la probabilidad de libertad de quien confía.
Es saberse dentro de un marco de tolerancia, reconocerse aceptado
incondicionalmente (Rogers, 1959). La persona en quien confiamos nos reconoce
como libres porque es improbable dañarla. La confianza otorga la posibilidad de
entrega absoluta al minimizar el peligro de ruptura del lazo afectivo, la
persona en quien confiamos tiene más probabilidades que los demás de aceptar
nuestros defectos y errores.
La desconfianza podría
considerarse como el polo opuesto de la confianza, sin embargo los estudios de
la Psicología Social, han concluido que no es así. La desconfianza no es
solamente la ausencia de confianza, albergamos sentimientos positivos y
negativos hacia los demás, y en concreto hacia nuestra pareja, sabemos qué
debemos contarle y qué no, esto sólo es posible si tenemos un referente de
confiabilidad y de desconfianza (Wicks, Berman, y Jones, 1999).
Siguiendo ese razonamiento, podemos
plantear que la confianza y la desconfianza son factores independientes,
existen hechos que aumentan o disminuyen la confianza y por su parte aspectos
que aumentan o disminuyen la desconfianza. La confianza es una variable
dinámica. Eso lleva a identificar estados temporales equilibrados en las
relaciones y la posibilidad de presencia de conflictos, porque coexisten
actitudes de confianza y desconfianza (Yáñez, Ahumada, y Cova Solar, 2006).
Entonces podemos identificar
cuatro actitudes para separar la confianza de la desconfianza, indicadas en la
tabla #1. La alta confianza relacionada con la baja desconfianza definen la actitud ingenua, la persona promueve
relaciones donde se entrega plenamente. La segunda actitud es la combinación de
la alta confianza con la alta desconfianza, definiendo personas confiadas pero prudentes, calculan su
entrega y analiza la vulnerabilidad del otro. La tercera actitud hace
referencia a baja confianza y baja desconfianza, estableciendo personas calculadoras y superficiales en sus
relaciones. Por último, la cuarta actitud es la combinación entre la baja
confianza y la alta desconfianza, identificando personas temerosas, presuponen que lo mejor es atacar cuando se sienten
amenazadas.
Tabla #1 Las cuatro actitudes de
la confianza y la desconfianza ( A partir de: Lewicki, McAllister, y Bies, 1998,
pág. 445)
Baja desconfianza
Falta de temor
Falta de
vigilancia
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Alta desconfianza
Temor
Cautela y
vigilancia
|
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Alta confianza
Esperanza e iniciativa
|
Actitud 1: confiado,
ingenuo
Promueve la
interdependencia
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Actitud 2: Confiado,
prudente.
Corre riesgo
pero calculado.
Monitorea la
vulnerabilidad
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Baja confianza
Falta de esperanza
Falta de iniciativa
duda
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Actitud
3: Calculador, superficial.
Cortesía profesional.
Limitada interdependencia.
|
Actitud
4: Temeroso.
Asume motivos negativos de parte de otros.
Asume que su mejor defensa es el ataque.
|
Las personas deben ser capaces de
equilibrar la confianza con la desconfianza, los estados absolutos son
inadecuados, quienes tienen alta confianza sin grados de desconfianza serán
ingenuos, manipulables e incautos en sus relaciones; mientras las personas con
alta desconfianza sin pizca de confianza serán susceptibles, huraños y
agresivos.
La confianza es un factor muy importante
en la relación de pareja, le da sentido y valoración al lazo romántico, puede
reafirmarse, incrementarse o disiparse. Algunos investigadores sostienen que es
imposible restablecerla, la causa es la traición, el engaño y el despojo. (Núñez,
Cantó-Milà, y Seebach, 2015, Orlandini, 2015).
Una paciente relataba de esta
manera su dolor:
“Todo mi
mundo se destrozó, nada tenía sentido, me sentí engañada, como si una espada me
hubiera atravesado el corazón…se desmoronó mi alegría, él no era la persona que
amé, no podía creer lo que me hizo, nada puede reparar esto, no hay confianza a
pesar de la esperanza creo que no hay vuelta atrás…”
Un paciente al descubrir la
homosexualidad de su esposa me relataba:
“Podía
esperar cualquier cosa, cualquier cosa…pero esto no…y no es que tenga algo en
contra de la homosexualidad, ese no es el problema, me indigna que no me haya
confiado sus sentimientos, me haya ilusionado con nuestro matrimonio…y ahora no
sé cómo manejar esto, no sé si mis hijos lo deban saber…estoy confundido, tengo
rabia y pena…se ha roto algo…es la confianza…y sé que nada podrá ser igual, no
creo poder confiar de nuevo…”.
A partir de las disquisiciones
previas, es importante establecer la actitud hacia la confianza de las personas
componentes de la relación romántica, una traición impactará de manera distinta
en las temerosas que en las ingenuas. En los primeros se confirmarán sus
sospechas y en los segundos se producirá incredulidad. Si recurrimos a las
estructuras de personalidad, no será lo mismo en alguien paranoide que en un
caso de dependencia.
Indudablemente la reparación de
la confianza es consecuencia del perdón, entendido como la posibilidad de
seguir amando sin olvidar el acontecimiento doloroso (Pinto, 2012). El proceso
de perdón está ceñido a los grados de compromiso. Luchies, Wieselquist,
Rusbult, Kumashiro, Eastwick, Coolsen, y Finkel (2013) relacionan la capacidad
de perdón con el modelo de Rusbult: el perdón es más posible si se considera la
calidad de la elección, el grado de satisfacción y la inversión. Cuando esos
tres factores son altos, es mucho más probable el perdón que cuando son bajos.
Es como si no valiera la pena echar por la borda todo lo bueno construido hasta
el momento de la traición, se sopesa la inversión con el daño.
Sin embargo, el perdón no es el
fin es el inicio de la reparación. Es casi imposible dar continuidad a la
historia amorosa, se hace indispensable la predisposición de ambos para
comenzar una nueva historia. El dilema se centra en decidir si proteger la
relación o proteger el sí mismo: o nosotros o yo. Este cuestionamiento es
explicado por el modelo de regulación del
riesgo (MRR) (Murray, Holmes, Griffin, y Derrick, 2015). Este modelo
sustenta la presencia de tres procesos indispensables para la decisión de
continuar en el lazo amoroso: justificación de los costos, asegurar la mutua
dependencia y adaptarse en vez de vengarse (Murray, y Holmes,
2009).
El MRR explica las interacciones
en las relaciones de pareja caracterizadas por dos condiciones: la
bilateralidad y la imposibilidad de sustitución. La primera condición se
refiere a que cada persona controla los resultados de la otra. La segunda
implica la imposibilidad de cumplir el rol del otro, cada uno está obligado a
mantenerse atento a las reacciones del otro porque no es posible hacerse cargo
de las decisiones ajenas. Lo único posible es relacionarse con lo que el otro hace,
siendo imposible la gobernabilidad del otro.
La relación amorosa se ve
perjudicada por la rutina de la convivencia durante el matrimonio y el desgaste
de la pasión y el cariño. La situación se pone más difícil con el nacimiento de
los hijos, las actividades parentales y el cuidado del hogar conllevan a una
inevitable reducción del tiempo romántico (Lawson, Crouter, y McHale, 2015).
Este inevitable nuevo estilo de vida obliga a tomar decisiones de sacrificio,
por compensación de la disonancia gestada, las personas cambian sus afecciones
románticas por reproches y el surgimiento de sentimientos negativos. En los
peores casos la pareja reconoce la incompatibilidad de intereses y valores en
su cónyuge, ello influye en el decremento de la satisfacción y el nivel de
compromiso (Arriaga, 2001). Si la pareja no encuentra recursos para equilibrar
las nuevas formas de interacción, es posible que en el lapso de una década se
promueva la posibilidad de divorciarse (Schoebi, Karney, y Bradbury, 2012).
El proceso por el cual
se toma la decisión de continuar o romper la relación según el MRR, se
fundamenta en cuatro principios:
Primer principio: los
objetivos de cada miembro de la pareja deben evaluarse en función a los
intereses personales, cuánto se pierde y cuánto se gana.
Segundo principio:
maximizar las ganancias y minimizar las pérdidas cuando se presenta la crisis
de intereses, haciéndose necesaria la coordinación de metas personales que cada
uno de los miembros de la pareja tiene.
Tercer principio: los
procesos psicológicos coordinan la confianza y el compromiso dirigidos a una
acción eficiente y flexible. Siendo los consortes interdependientes en diversos
dominios, las exigencias de la coordinación mutua podrían excluir algunas
metas.
Cuarto principio: la
accesibilidad a las reglas de los procederes conjuntos, así podrán coordinar la
confianza y el compromiso, ajustándolos para asumir los riesgos y adaptarse a
la forma de ser de cada uno de los cónyuges. Como cada miembro de la pareja es
una persona con su propia historia la compatibilidad con el otro difiere, por
lo tanto cada relación posee diferente perfil de riesgo.
La confianza junto con
el compromiso son los dos elementos más importantes para mantener el equilibrio
entre los intereses personales y los intereses conyugales, su deterioro
determina la disminución de la satisfacción y pone en peligro la integridad del
vínculo romántico. Las personas para mantenerse juntas hacen lo posible para
incrementar los sentimientos de confianza y tasan permanentemente el cumplimiento
de los acuerdos (Murray, Holmes, Griffin, y Derrick, 2015).
Cuando se percibe que
el compañero no está cumpliendo con los requisitos de confianza, es frecuente
el recurrir a represalias. Según el modelo de Rusbult, la inhibición de la
venganza dependerá del nivel de satisfacción, la calidad de la elección y la
inversión. Si el nivel es alto es más probable la reducción de tomar
represalias (Rusbult, Johnson, y Morrow 1986). La satisfacción
de pareja es insaciable, requiere la continua estimulación de los sentimientos
amorosos y de la confianza para mantener estables los niveles de compromiso
consiguiendo la conexión romántica, por eso es muy fácil generar el
desequilibrio ante cualquier percepción de amenaza a la relación (Murray,
Holmes, Griffin, y Derrick, 2015).
Construir una relación de pareja
implica indispensablemente arriesgar los intereses personales en pos de la
estabilidad amorosa luego de asegurarnos la integridad de nuestras metas
personales a pesar de involucrarnos con alguien. Esta apuesta definirá la
normatividad de la relación a partir de las continuas evaluaciones del
equilibrio entre las amenazas y el bienestar de la relación (Ver figura #1).
Estado
del bienestar de la relación
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Estado
de disminución de amenazas
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